La felicidad que sentí con la vuelta de mis amigas no se puede comparar con nada. Bueno, capaz estoy exagerando, pero como ya dije, enero en la city es más aburrido que presenciar un partido de ajedrez (no offense). Encima ya volvieron con pretenciones y me encomendaron la organización del primer preboliche del año. Un honor que me hace sentir privilegiada... Mentira, pero el hecho de que ellas hayan vuelto me da pilas para cualquier cosa. Ojo, muchos pueden decir que la organización del pre es una pavada, pero si se quiere hacer bien, lleva su tiempo. Y, sinceramente, mis amigas no se conforman con cualquier grupito disponible (me incluyo en la bolsa).
Entonces me puse a buscar. Dicen que el que busca encuentra, y así fue. Un pre que me había quedado archivado en el cajón porque nunca coincidíamos. El típico chico que conocí en un cumpleaños y nunca más volví a ver, pero insiste en reunir a sus amigos con las mías. Clásico.
Me puse en pesada y no paré de insistir hasta que el susodicho aceptó. A ver, no se puede rechazar una propuesta así en enero. Y como plus, le dije que nosotras íbamos a su zona, así no tenía que trasladar a todo el grupito de amigos vagos que sólo se mueven por San Isidro. Costó, pero yo no paro hasta conseguir lo que quiero (otra vez exagerando).
Llegó el día. Cata, Agusti, Guille, Guada y yo nos íbamos para el north a pasarla bien. Pero el traslado a San Isidro fue una cosa de locos porque todas vivimos en diferentes puntos de Buenos Aires. Y acá no exagero cuando digo que las cosas nos salieron bien porque somos lo más.
Guille y Guada se tomaron un remís. Cata se tomó otro. Agus se subió al 338 y a los pocos minutos yo me sumé en su trayecto. La coordinación fue increíble. 10 puntos.
En pleno viaje empezaron los problemitas técnicos. Y cuando hablo de problemas técnicos no me refiero al colectivo (que, por cierto, fue un lujo). El organizador del encuentro nocturno se dio de baja a último momento. Dijo que estaba muy cansado y tenía que trabajar al día siguiente, por lo tanto, no iba a estar. Y al aclararnos que sus amigos nos esperaban igualmente, agregó la frase: "Se van a pegar alto embole porque son pocos". Claaaaaaro, aguafiestas, arruiname un poco más la noche. Obvio que eso no nos frenó.
A último momento nos cambiaron la dirección, algo que fue un punto a favor porque nos quedaba más cerca de donde nos había dejado el colectivo. Pero el miedo de llegar a un lugar sin conocer a nadie se notaba en nuestras caras. Nos clavamos la mini de lentejuelas, nos peinamos y nos la jugamos.
Así fue como llegamos a la casa de Pancho, un lugar sin decoración y en plena obra, pero con mucho alcohol y hombres para iniciar una buena noche. Para mi sorpresa, conocía a uno de los chicos, así que la cosa no fue tan difícil de llevar. Los silencios incómodos se mataban con las preguntas típicas del estilo: cómo te llamás, qué hacés de tu vida, a dónde se fueron de vacaciones y de dónde se conocen.
Se trataba de un grupo de alrededor de diez chicos (esperábamos menos) que, al igual que nosotras, era un mix, es decir que se conocían por diferentes motivos. Algunos de novios, otros solteros y otros en un estado indefinido. Pero todos muy copados.
Nuestra idea era salir después, pero el preboliche a ciegas fue un éxito y terminamos quedándonos ahí. Bailamos la música que pasaba la radio, tomamos mucho, jugamos, charlamos y hasta anduvimos en moto con Gonzalo, un chico muy simpático que se bancó a dos minitas hinchas que querían dar mil vueltas y sentir la adrenalina (no voy a decir quiénes fueron). Las charlas llegaron a ser muy profundas, demasiado en algunos casos. Dos de las chicas la pasaron muy bien y yo me caí en el estacionamiento de McDonald's.
Pasaron muchas cosas, algunas que no nos acordamos. Pero lo más importante es que fue todo tan bizarro que la pasamos muy bien. Y se ve que ellos también, porque al día siguiente nos volvieron a invitar. No les dimos el gusto porque dos noches seguidas es too much. Pero tengo el presentimiento de que se viene la revancha.
K.
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